Invierno gallego, ventoso y desapacible. Días de temporal, de flota amarrada, de playas vacías y calles tranquilas.
Desde el puerto atunero de La Puebla del Caramiñal, se divisa, cuando quiere la borrasca, la sierra de Barbanza, ribeteada de molinillos, replantada de eucaliptos y atiborrada de pistas.
La sierra de Barbanza y La Puebla del Caramiñal. |
La sierra da a dos rías: la de Muros y la de Arousa. Costas quebradas que desafían al mar y son un hervidero de actividad.
La ría de Arousa desde la Sierra de Barbanza. |
Gente, mucha gente viviendo demasiado cerca de una sierra vieja y suave, una sierra sin otra defensa que los vendavales atlánticos.
Hoy, con el bosque sumergido en la lluvia y los caminos convertidos en ríos, la mano criminal del pirómano se oculta ociosa. Aguarda, impaciente, a que el tiempo mejore, a que llegue un verano más, para sembrar de llamas las laderas de Barbanza.
En Aldea Vella, tiramos por el camino que conduce a las piscinas naturales del río Pedras.
Tras cruzar el puente medieval de A Misarela, cogemos la senda de la izquierda y ascendemos a la orilla del río San Xoán.
Alcanzamos el Alto do Eirado, convertido en asentamiento del parque eólico Barbanza II y en vertedero de las inmundicias de los que hasta aquí llegan en automóvil.
Luego, encarando la ventolera, ponemos rumbo a poniente para coronar Os Forcados.
Cercados y carreteras mal asfaltadas se interponen en nuestro camino. Un camino que deja a la izquierda el mirador de la Curota y a la derecha el circuito de motocross. Es la montaña humanizada, transformada, tomada por el hombre.
De regreso a La Puebla, hojeamos en a Casa de Manuel el periódico local: "Policía y Guardia Civil constatan que hay veneno para jabalíes en la sierra".
Fuera arrecia el aguacero, mientras en Barbanza, escondida en la niebla, reina la paz de los vendavales atlánticos.
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