lunes, 2 de marzo de 2015

Barbanza, la montaña asediada


Invierno gallego, ventoso y desapacible. Días de temporal, de flota amarrada, de playas vacías y calles tranquilas.

Desde el puerto atunero de La Puebla del Caramiñal, se divisa, cuando quiere la borrasca, la sierra de Barbanza, ribeteada de molinillos, replantada de eucaliptos y atiborrada de pistas.


La sierra de Barbanza y La Puebla del Caramiñal.

La sierra da a dos rías: la de Muros y la de Arousa. Costas quebradas que desafían al mar y son un hervidero de actividad.



La ría de Arousa desde la Sierra de Barbanza.


Gente, mucha gente viviendo demasiado cerca de una sierra vieja y suave, una sierra sin otra defensa que los vendavales atlánticos.




Hoy, con el bosque sumergido en la lluvia y los caminos convertidos en ríos, la mano criminal del pirómano se oculta ociosa. Aguarda, impaciente, a que el tiempo mejore, a que llegue un verano más, para sembrar de llamas las laderas de Barbanza.

En Aldea Vella, tiramos por el camino que conduce a las piscinas naturales del río Pedras.
Tras cruzar el puente medieval de A Misarela, cogemos la senda de la izquierda y ascendemos a la orilla del río San Xoán.

Alcanzamos el Alto do Eirado, convertido en asentamiento del parque eólico Barbanza II y en vertedero de las inmundicias de los que hasta aquí llegan en automóvil.




Luego, encarando la ventolera, ponemos rumbo a poniente para coronar Os Forcados.

Cercados y carreteras mal asfaltadas se interponen en nuestro camino. Un camino que deja a la izquierda el mirador de la Curota y a la derecha el circuito de motocross. Es la montaña humanizada, transformada, tomada por el hombre.

De regreso a La Puebla, hojeamos en a Casa de Manuel el periódico local: "Policía y Guardia Civil constatan que hay veneno para jabalíes en la sierra".

Fuera arrecia el aguacero, mientras en Barbanza, escondida en la niebla, reina la paz de los vendavales atlánticos.


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lunes, 23 de febrero de 2015

Sus scrofa


«Es muy posible que dentro de algunos años sea imposible atajar esta explosión demográfica del jabalí. [...] Entonces éste será un ejemplo más de cómo la destrucción arbitraria del equilibrio natural, al eliminar a los predadores, se revuelve contra el hombre ocasionándole pérdidas muy superiores a aquellas que intentaba evitar» (Félix Rodríguez de la Fuente, 1970).

«Pues lo mismo les sucede a los hijos de los hombres que a las bestias: como mueren las unas, así mueren los otros, y todos tienen un mismo aliento de vida. No es más el hombre que la bestia, porque todo es vanidad» (Eclesiastés 3:19).




Uno

Una lluvia fina se desprende de un cielo de ceniza. Empapa el rico suelo del bosque saturado de colores amables.

Huele a tierra húmeda y a líquenes que vuelven a la vida tras la sequía. Los jirones de niebla suben por las laderas envolviendo con la ropa del misterio los robles centenarios.

El bosque recupera, por unos instantes, su secular quietud, vuelve a ser el hogar ancestral, íntimo y benefactor.

Tras las empapadas escobas, la familia de jabalíes se entrega despreocupada a su afición favorita y sus miembros retozan en el barro de las bañas entre gruñidos, saltos y carreras.




Dos

Desciendo del Yordas hacia el paso que, por la Pared, conduce a los Puertos Pirenaicos.

Cuando avisto el collado, observo en él una mancha de color amarillo chillón. Es un cazador vestido con chaleco reflectante que aguarda apostado.

Doy media vuelta para bajar por el collado Baguyoso, pero enseguida me detengo. Sin crampones, la bajada por la ladera norte puede resultar complicada; además, la batida probablemente llegue hasta la majada Burín. No sé qué hacer.




Mientras espero entre las rocas, unos cincuenta metros por encima del cazador, oigo los gritos de los batidores y los ladridos de la jauría que ascienden por el valle. Poco después, dos ruidos sordos retumban en la montaña.

Me asomo. Junto a la mancha amarilla hay ahora otra de color oscuro, inmóvil. El cazador deambula alrededor de su presa.

Poco después aparecen un batidor y dos perros que muerden desaforadamente el cuerpo que yace en el suelo.




Me descubro y desciendo hacia ellos, que me miran con cara de sorpresa mientras tiran penosamente de una cuerda a la que han atado el jabalí.

Les pregunto que si la cacería ocupa también la pendiente que da a los Puertos Pirenaicos.

Me dicen que no.

—¿Nos puedes ayudar a subir este cacho bicho hasta el alto? —añade el cazador.

Pongo cualquier disculpa y me voy en dirección contraria.

—Pero ¿adónde vas por ahí?

Hago como que no oigo y me alejo en silencio.

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martes, 17 de febrero de 2015

El velo de la niebla


El sol del atardecer reverbera sobre la montaña, sobre la niebla que oculta las fajanas, ciega los despeñadizos y borra los horcajos y las quebradas.




La niebla de la que sólo emergen las testeras de las mayores eminencias y los ariscos espigones de un almenado mundo de abismos.




Un mundo en el que el hombre es un extraño, un circunstancial visitante, bienvenido sólo en los contados días en que la niebla, el viento, el frío, la nieve y la lluvia torrencial se toman un descanso.




La montaña atrae al hombre porque no está hecha a su medida, porque para él es desproporcionada, porque, quizá, parafraseando a Borges, harto de un mundo —el suyo— sin la dignidad del peligro, aprecie la soledad de estos reductos de incertidumbre.




Tal vez, la montaña, con su magnificencia, sus peligros y sus tragedias, no sea más que un velo.




Un velo que, como la niebla, opaca la vista del hombre, haciéndole creer, durante unas horas, que el tedio de su mundo se ha desvanecido.

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jueves, 12 de febrero de 2015

Por un planeta libre de energúmenos descerebrados

El temporal de nieve que ha caído sobre el norte de España en los primeros días de febrero ha dejado muchas noticias y numerosas imágenes.



Luis Enrique González Iglesias publicaba el 10 de febrero en El Comercio.es este reportaje.

Ver vídeo

Resulta especialmente angustiosa y repulsiva la secuencia de unos perros que, en las calles de un pueblo y azuzados por varios individuos, dan muerte a un ciervo debilitado por las duras secuelas del temporal.

Esto, creo, es un delito.

No sé si el peso de la ley caerá sobre estos miserables, espero que sí.

Espero también que algún día los energúmenos de esta ralea, sin distinción de clases, ideas políticas o religiosas, desaparezcan para siempre de la faz de la tierra.

A ver si entre todos se nos ocurre algo para que ese día llegue lo antes posible.

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martes, 10 de febrero de 2015

Peñalara me regala soledad


En este invierno de temporales, cualquier paréntesis entre ventiscas es bienvenido. En uno de ellos, me acerco a La Granja de San Ildefonso.


La Atalaya desde La Granja


Hay nieve en las calles, pero no tanta como en la cordillera cantábrica.

Además, la gran afición a la montaña que se respira en este rincón segoviano ha abierto huella en los caminos del bosque.

Como ha caído mucha nieve en los últimos días, la idea es no correr ningún riesgo, evitando para ello pendientes empinadas. Descarto, pues, la subida directa desde Aranguez, y decido ascender desde el puerto del Nevero siguiendo la cresta.


En la parte alta de la tapia de los jardines. Al fondo, Siete Picos, Montón de Trigo y la Mujer Muerta.


Subo pegado a la tapia de los jardines, cruzo el arroyo Morete y, por el pinar nevado, voy en busca del arroyo de los Carneros.


El bosque, con la huella perfectamente marcada, entre los arroyos Morete y Carneros.

A la derecha queda la Silla del Rey.


Sigo subiendo a la orilla del arroyo del Cañón, paso por Raso del Pino y, poco a poco, voy saliendo del bosque.


Saliendo del bosque. Al fondo, el cerro Claveles.


El curso de la Chorranca, completamente tapado por la nieve, me guía hasta el puerto del Nevero o Quebrantaherraduras.


El puerto en el horizonte.


El viento del sureste comienza a dejarse sentir y el frío es cada vez más intenso.


La huella busca la cima por la ladera noroeste de Peñalara.


Tirar por la cresta, como tenía previsto, puede convertirse en un suplicio helador. Así pues, cambio de planes y, buscando la protección de la pendiente, continúo ascendiendo por la ladera de sotavento, algo por debajo de la divisoria.


La pendiente noroeste de Peñalara tiene un desnivel de 500 metros desde Aranguez.


El hielo alterna con pequeñas placas de viento, pero parece que la nieve está bien consolidada.



La amenaza del viento me aguarda en la cima.


En la cumbre no hay nadie. Me doy cuenta de que tampoco me he encontrado a nadie en el largo camino de subida.


La solitaria cima de Peñalara. En el horizonte, los montes Carpetanos.


El persistente viento sopla con velocidades que oscilan entre los 50 y los 70 kilómetros/hora, y la sensación térmica alcanza -17º.


Cabezas de Hierro desde la cumbre.


Con esas condiciones meteorológicas y dado el estado de la nieve en la ladera noroeste, considero que lo mejor es bajar directamente a Aranguez.


Ladera nororeste de Peñalara.

En Aranguez las rachas de viento también se dejan notar.


La pendiente no plantea ningún problema y me pongo rápidamente en las inmediaciones del chozo Aranguez.

Hasta el pequeño refugio llega la marcada huella que viene de La Granja.

La sigo y, tras vadear la Chorranca, enlazo con el itinerario de subida.


El arroyo de la Chorranca.

Llego a La Granja sin haberme cruzado con nadie en las ocho horas de la excursión.





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