El sol del atardecer reverbera sobre la montaña, sobre la niebla que oculta las fajanas, ciega los despeñadizos y borra los horcajos y las quebradas.
La niebla de la que sólo emergen las testeras de las mayores eminencias y los ariscos espigones de un almenado mundo de abismos.
Un mundo en el que el hombre es un extraño, un circunstancial visitante, bienvenido sólo en los contados días en que la niebla, el viento, el frío, la nieve y la lluvia torrencial se toman un descanso.
La montaña atrae al hombre porque no está hecha a su medida, porque para él es desproporcionada, porque, quizá, parafraseando a Borges, harto de un mundo —el suyo— sin la dignidad del peligro, aprecie la soledad de estos reductos de incertidumbre.
Tal vez, la montaña, con su magnificencia, sus peligros y sus tragedias, no sea más que un velo.
Un velo que, como la niebla, opaca la vista del hombre, haciéndole creer, durante unas horas, que el tedio de su mundo se ha desvanecido.
www.endefensadelasmontanas.com
Magníficas fotografías y hermoso sentimiento que se desprende de tus palabras, Jesús. Hace poco que he descubierto tu blog por casualidad..... dale caña.
ResponderEliminarUn abrazo.
Carlos (Llambriales)
Gracias, Carlos. Es un placer saludarte. Conozco tu libro y te reitero lo que te dije cuando lo hojeé por primera vez: de lo mejor que he leído en el ámbito de las guías de escalada.
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