lunes, 24 de noviembre de 2014

Pintura también en las vías normales de ascensión al Gilbo

Señalizar una ruta de montaña con pintura es un tema abierto a discusión. Desde luego, siempre se debe dar prioridad a la seguridad de las personas. Por este motivo, señalizar pasos complicados, donde es fácil perderse o confundirse, no debería ser objeto de críticas. Nos puede gustar más o menos, pero evitar percances o accidentes es lo primero.

Pintura en un sendero bien definido

Ahora bien, una cosa es pintar un paso problemático y otra lo que está sucediendo últimamente en algunas montañas.

El 12 de octubre, en este mismo blog, comentaba la aberración cometida con la pintura en las vías normales del Friero. Y ahora, debo hacer lo mismo con el estado en el que han quedado las vías normales de subida al Gilbo.

Por la forma de proceder y el estropicio causado, yo diría que se trata de la misma persona.

La vía de la cara norte es un sendero bien marcado por la mucha afluencia de personas. No requiere, por tanto, ninguna pintada. Todo lo más, algún que otro hito. Pues bien, el autor del desaguisado ha "decorado" casi todas las rocas del camino: círculos, cruces y flechas suben por la cuesta arriba sin apenas separación.

A veces, el pintor de brocha gorda se ha confundido, seguramente llevado por el entusiasmo de la faena, y se ha visto obligado a tachar alguna marca.

Error solucionado: se tacha y punto.


Otras, se ve que para eliminar cualquier posible error, pinta una cruz para que no vayamos por la derecha de una roca; y una flecha para que vayamos por la izquierda. Sin percatarse, tal vez, de que por los dos lados se va al mismo sitio.

Por la izquierda sí, por la derecha no.


Todo esto, como digo, en un sendero.

A escasos metros de la cima, ¿qué pinta un círculo amarillo?


En la cresta occidental, el desmán es más discreto (pequeños círculos verdes), pero no por ello menos innecesario. En una arista que sólo admite una forma de progresión (por el filo), ¿por qué pintar círculos (aunque sean pequeños y verdes) cada dos por tres?

Redundancia: ¿cuál de las dos señales es preferible?


No tengo muchas esperanzas de que el pintor lea este blog. Pero si alguien lo conoce, por favor, que trate de hacerle comprender el daño que está causando.

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domingo, 23 de noviembre de 2014

Terminadas las obras de rehabilitación del Chozo Aranguez

Así de flamante ha quedado el Chozo Aranguez.

El pequeño refugio ha recuperado su ambiente acogedor. Siempre es bueno contar con un aliado para afrontar el invierno peñalaro.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Peñalara recibe al invierno

Este año han tardado en llegar, pero ya están aquí.










El frío, la nieve y el viento han regresado a su reino. Habrá que abrigarse.

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martes, 4 de noviembre de 2014

Santa Marina de Valdeón

Mientras las nubes, deshilachadas, convertidas en jirones de niebla, se aferran aún a las altas cumbres, un creciente círculo azul inunda de luz los apretados tejados de Santa Marina. Son las cinco de la tarde de un desapacible domingo de octubre, que, ahora, empieza a cambiar.


Por las calles estrechas y limpias de Santa Marina apenas se oye un trajín de mesas y cacharros procedente del bar la Ardilla Real.
—Es bonito este sitio, ¿verdad?
—Sí, sí que lo es. Y tranquilo, además.
La mujer de la ventana vuelve a sus quehaceres después de decirme que pasa los inviernos en León, donde incluso hace más frío que aquí.

El sol, el silencio y un mortecino aquilón me acompañan en mi paseo, corto paseo, hasta la iglesia.
Al lado del templo, un feraz ciruelo deja caer sus pequeños y sabrosos frutos sobre las losas de piedra. Nadie los recoge. Allí mismo acaban de madurar y se pudren.



Un hombre mayor, de trabajosos andares y espinazo encorvado, sale de su casa. No me habla, ni siquiera me mira. Quizá no le gusten los tipos como yo. Esos que rúan las calles de su aldea con una cámara de fotos en la mano, tratando de lograr un encuadre aceptable de uno de los muchos hórreos del pueblo. Hórreos que acumulan bajo su panza toda suerte de cachivaches, como si alguien hubiera querido romper adrede la estética del pasado.


Doy media vuelta. Ya no se oye ningún ruido; sólo el débil susurro del viento y el trote lejano de los finos caballos de la Yeguada del Cares.

Sin turistas, casi sin vecinos, Santa Marina se queda en silencio, agazapada en su nido de montañas, como aguardando, impasible o resignada, el blanco y cercano abrazo del invierno.






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